lunes, 5 de agosto de 2024

LA MORADA DE LOS TESTIMONIOS


 










Llevo tiempo sin oír el eco de mis latidos,
sin esculpir en los lienzos de las mañanas
las aventuras que lo hacían palpitar.

Caminé mucho con los tiempos atados,
anduve sin preocuparme de lo que mi corazón estaba chillando
sin darme cuenta que cada momento se hace único,
sin dejar un instante vacío,
sin saber que todo tiene su porqué hecho por algún motivo,
que todo instante cumplía con la edad.

Por lo que perdí el sentido,
me dí de cara con la vida cuando tracé su círculo,
al abrir la ventana a una tarde calurosa
por donde pasó susurrante e invisible la brisa de un ocaso,
que respiré y respiro,
impregnándome de un sudor cansado
transportándome a un sueño plácido
donde me alojé durante un segundo.

Pude verme libre sin camisa de fuerza,
con el alma renovada, animosa, combativa, resuelta,
envuelta de una dulce firmeza,
hablándole a mi corazón con la sabiduría de los ancianos
convirtiendo los augurios en mercancía disuelta,
las distancias superadas
y un sin fin de caminos llamando a mi puerta.

Acababa de darme cuenta de que otra vida partía
y comenzaba a tirar de mi con toda su infantil fortaleza,
mostrándome que todas las veletas tenían sentido
y que me podrían llevar donde yo quisiera.

Al despertar comprobé que el sueño se había hecho tierra,
que lo cruzaba un río y yo era el agua que fluía plácidamente entre la arboleda,
navegando hasta ver un estuario que se ensancha
y extiende majestuosamente para verterme a la mar abierta.

Hoy vuelvo a oírme latir con la mañana cuando despunta
y con la tarde cuando el crepúsculo de mi espíritu se apodera,
la vida me ha convencido para desterrar al tiempo y su amargura,
me he arrojado en las manos de las palabras
para intentar ser más humilde con mi paupérrima sapiencia.

Hoy el tiempo ya no me resta.


Fotografía de Pedro Garcea

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