Sobre
el cuadro La
Noche Estrellada
de VINCENT VAN GOGH
Tengo
la visión de un mundo ajeno
en
mares de tierra alfombrada,
donde
las sombras navegan sin fin
y
un cielo de piedra tallada
se
curva en un eco sutil,
un
sol de cobre cuelga del aire,
gastado
y tibio, en un cielo de ceniza,
mientras
ríos de espesa tinta
serpentean
por llanuras de sal.
Susurros
de luz desgranada
con
hojas que reflejan el sol,
sus
ramas, de plomo y abismos
se
quiebran en cada temblor,
sus
huecos son dedos sin mimos,
sus
árboles, reflejos que dan frutos de espejismos,
frondas
de fuego susurran al viento
historias
que nadie recuerda,
ecos
de un mundo que nunca existió.
Los
ríos murmuran ceniza,
sus
aguas no fluyen jamás,
el
viento, de escarcha indecisa
se
enreda en corales de gas
dejando
a los caminos sin brisa,
las
montañas flotan, perezosas,
como
barcos anclados en una cornisa,
y
de sus grietas brotan estrellas,
líquidas,
lentas, olvidadas por su fulgor.
Laderas
de plumas violetas
se
alzan con ritmo lunar,
sus
picos son torres secretas
donde
un corazón de cristal
resuena
con notas inquietas,
mas
allá el horizonte se dobla,
se
pliega, se enreda en si mismo,
como
un sueño que despierta
antes
de alcanzar su final.
Y
en medio de todo, un sendero,
hecho
con latidos de bautismo,
de
vidrio y de sueños sin acabar,
que
se pierde en el aire severo
cruzando
un desierto de marfil
donde
un horizonte es ligero,
donde
juega a hospedarme el morir.
Fotografía de Pedro Garcea


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