sábado, 25 de octubre de 2025

QUE RARO ERA MI VALLE


Sobre el cuadro La Noche Estrellada de VINCENT VAN GOGH

Tengo la visión de un mundo ajeno
en mares de tierra alfombrada,
donde las sombras navegan sin fin
y un cielo de piedra tallada
se curva en un eco sutil,
un sol de cobre cuelga del aire,
gastado y tibio, en un cielo de ceniza,
mientras ríos de espesa tinta
serpentean por llanuras de sal.

Susurros de luz desgranada
con hojas que reflejan el sol,
sus ramas, de plomo y abismos
se quiebran en cada temblor,
sus huecos son dedos sin mimos,
sus árboles, reflejos que dan frutos de espejismos,
frondas de fuego susurran al viento
historias que nadie recuerda,
ecos de un mundo que nunca existió.

Los ríos murmuran ceniza,
sus aguas no fluyen jamás,
el viento, de escarcha indecisa
se enreda en corales de gas
dejando a los caminos sin brisa,
las montañas flotan, perezosas,
como barcos anclados en una cornisa,
y de sus grietas brotan estrellas,
líquidas, lentas, olvidadas por su fulgor.

Laderas de plumas violetas
se alzan con ritmo lunar,
sus picos son torres secretas
donde un corazón de cristal
resuena con notas inquietas,
mas allá el horizonte se dobla,
se pliega, se enreda en si mismo,
como un sueño que despierta
antes de alcanzar su final.

Y en medio de todo, un sendero,
hecho con latidos de bautismo,
de vidrio y de sueños sin acabar,
que se pierde en el aire severo
cruzando un desierto de marfil
donde un horizonte es ligero,
donde juega a hospedarme el morir.


 

Fotografía de Pedro Garcea

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