Por
unas caricias he sentido
como
mis manos se movían,
que mi
piel se enardecía
cambiando
la tinta por sonidos,
azotando
las letras de fantasía
para
convertirlas en suspiros.
A ese
beso me he rendido
ante
el azote de la nívea cuartilla.
Por
una mirada he vivido
una y
tres mil vidas,
con el
dolor de clavarme
las
espinas de sus espinos,
con
torpes sueños alejándose
entre
los pasos de los caminos.
A esa
voz me he cosido
por
los nudos de su alegría.
Por
una piel he renacido
al alma
que vuela fugitiva,
esa
que brilla esquiva
tras
unos barrotes escritos,
estrechándola
en cualquier libro
entre
locuras y simpatías.
Asido
al luto de unas palabras
deseando
unos labios perdidos,
tengo envidia
del aire que respiras.
Fotografía de Esther Rivera