Abre
los ojos, mira y recuerda,
escucha
el agua clara,
al ave
que canta sin miedo
y que
nos enseña esperanza,
siente
la caricia del mundo
cuyas raíces
te alimentan.
Huele
la rosa, palpita y ama,
desde las
espinas firmemente ancladas
hasta
los colores sin límites del alma,
donde
el tiempo no pasa,
trepa
en el rumor de los olores
y
brinda con la vida que derramas.
Escribe
con la certeza de la diana
sin la
angustia de sus letras
en el
libro de las voces perdidas,
esas
voces que masticaron palabras,
que
las tragaron y se atragantaron con ellas,
las mismas que crearon las lágrimas.
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