Hay
veces que no hallamos nuestras manos,
tropezamos
con el tintero,
con
páginas en blanco,
con
letras incómodas,
con
lapiceros deformados.
No
encontramos las maneras
de
escribir nuestros actos,
una
palabra tras otra,
cada
gesto en su trastienda
o
tras las sombras de los párpados.
La
historia se desmorona
bajo
un balcón suspendido
de
cortinas sin nombres,
en
la afonía de la voz
de
unos recuerdos huérfanos.
Intuimos
la inquietud de la letras
al
no encontrar nuestras huellas
en
los versos donde nos desnudamos,
aparcando
nuestras penas
en
los ruidos más inesperados.
Ruidos
que los vacíos rompen,
ruidos
que rompen los vacíos,
sin
ruidos nadie dice tu nombre,
es
entonces cuando nos invade
el
imperio de los silencios quebrados.
Fotografía de Esther Rivera
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