Desde
mi atalaya veo dormirse a la naturaleza,
del
verde al oro,
convirtiendo
la floresta en una fogata de colores,
buscando
invernar en la paz de la gélida nostalgia
que
deja a las hojas en hojas quedas,
abatidas
de tristeza y empalago.
Desde
mi balcón,
amago,
bajo
la locura armoniosa del instante que me lleva al momento,
donde
contemplo como me abraza la brisa
hasta
que un impetuoso viento
me
atiza desprendiendo mi tallo.
Desde
mi vuelo,
bailo,
esquivando
el tropel de hermanas que surcan en derredor los espacios,
que
cubren la piel del bosque,
tapando
sus vergüenzas y cultivando los campos
donde
yacerá mi cuerpo lacio.
Y
desde mi caída,
descanso,
para
entregarme a la madre tierra vestida con mi traje áureo,
pero
para mi sorpresa ese no será el destino en mi desmayo,
sino
que formaré parte del cristal de un extraño
y
viajaré más allá de lo que había soñado.
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