Nadie
ha podido hacerme olvidar
aquella
luz que fulgía sin voz,
aquel
soplo sin latido
con
el deseo que se escapaba
de
una noche entreabierta,
noche
huérfana,
noche
sedienta.
No
podrán apartar de mi memoria
los
prados de neblinas,
los
campos de rocío,
los
vientos vivos,
las
bandadas de nubes
de
cielos adormecidos
que
sembraban las praderas.
No
saldrán del recuerdo
los
misterios de su sonrisa
o
la fragilidad de su ocaso,
al
jugar con un verso
y
con el eco de mi garganta,
sin
haber recibido el primer beso
ni
derramado su primera lágrima
bajo
un cielo desdibujado.
No
me desposeerán
de
encontrar ese lenguaje mudo
entre
el oleaje de sus labios,
que
bajo una difusa lámpara
danzaba
furtiva a mi vera,
bailando
serena
bajo
el inefable ritmo
del
cayado de un pastor
que
cuida su rebaño.
Fotografía de Gemma
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