Allí
donde fracasan las palabras
tiene
su cueva el silencio,
allá
donde pacen las auroras
bailan
juntos los versos,
donde
se acarician los suspiros
beben
de los labios los besos.
La
pluma se hace eterna
con
letras libres de dueño,
creciendo
entre las manos
tintadas
de noche en su empeño,
atrapando
las luces fatigadas
que
rilan en cada sueño.
Todas
las vocales se mojan
con
las gotas de un mar eterno,
entre
oleajes de jardines
sobre
pasos hechos de tiempo,
asomando
desde lo más hondo
el
sol que se mueve con el viento.
Los
poemas se desprenden
para
danzar con los reflejos,
donde
las dudas inquietas
buscan
respuestas sin flecos,
reptando
sobre la nítida hoja
con
trazos de tinta secretos.
Y
el alma de todo poeta
acaba
perdida en su universo.
Fotografía de Pedro Garcea
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