Me
he vestido la piel y endurecido la voz.
Tras
el vendaval,
un
golpe de puerta quiso despedirse
con
un adiós,
pero
se torno tropiezo.
Un
derrumbe de melancolía
que
gritó el pestañeo
de
una armadura de hierro,
ligero
como el susurro
y
fugaz como el destello,
apareció
excarcelado
de
un aleteo de esos ojos que despiertan
tras
un efímero sueño,
que
al volar,
tapan
el cielo de silencio.
Tan
solo oía a mi tintada voz
clavarse,
en
un afónico papel
que
de letras quedó soltero.
Y
en mis manos
colgaron
las palabras
que
llamaban tu ausencia,
que
desviste mi garganta
para
hacer
que
la soledad se comparta
bajo
la Luna
de
un acartonado cielo.
Y
aunque son mías,
cada
vez que las recito,
las
hago tuyas,
descolgándolas
de mis espaldas
esparcidas
con el consuelo.
Con
mi desnuda piel y bronca voz.
Fotografía de Esther Rivera
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