El
cielo gime, gime de hambre,
abre
su desteñida boca y brama,
brotando
quejidos
de
las cavidades parapetadas
que
sus nubes muerden
mientras
la soledad calla,
seduciendo
a sus ingenuos ojos
con
buscar una cita
en
una noche apagada.
Mueve
sus alas
con
lágrimas impresas
y
jirones de voz dislocadas,
rezando
sentires innatos
sintiendo
que sus venas se coagulan
en
un latido interior robado
al
tragaluz de sus arcadas,
que
la luz cincela de notas
a
un costado de la Luna
sobre
un torrente de pecados
y
danzan, en el orbe de un silencio,
donde
late el nombre
que
su vacío ha dejado.
El
cielo ríe, ríe de miedo,
a
las brisas secas de su garganta,
gritando,
a ese rostro deshojado,
¡abre
el envoltorio de las voces!
que
clamen a las coronas del viento
con
grimorios de palabras
arrodilladas
rezando,
pidiendo
versos templados
calentados
por tu aliento
para
hacerme sentir
que
aún estás a mi lado.
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