Me
gustaría ver algo que nadie pudiera ver,
ver
como los colores germinan al despertar la aurora
pintando
matices de luz en la penumbra,
penumbra
disuelta en destellos de esperanza,
esperanza
atrapada por los ojos de la bruma.
Me
gustaría escuchar lo que nadie llega a oír,
oír
los ecos de los espejos que con verdades te fulminan
al
tronar en el murmullo del eco funesto,
funesto
eco que inunda la noche con el latido de un rastro,
rastro
que se filtra y al sentirse oído se ilumina.
Me
gustaría oler el secreto murmullo de los perfumes,
perfumes
que descifran los mensajes de amor que viajan en una botella
que
saborean la brisa suave y clara de una ola que ronronea,
ronroneando
un canto de esencias que acarician la mirada,
mirada
que se funde en los paladares puros de los aromas.
Me
gustaría acariciar algo que nadie pueda palpar,
palpar
letras para rozar los versos de brisa helada,
helada
caricia que se vierte en el envés de una madrugada,
madrugada
que se descuelga en el roce de la seda viva,
viva
en el pálpito del tacto de una piel en la alborada.
Me
gustaría libar lo que ningún paladar ha tenido,
tener
en la boca el aroma de los pétalos de un beso dormido,
dormido
por la dorada delicia que se vierte en un sorbo de fresa,
fresa
que se mezcla en la danza que vuela entre los labios,
labios
que con un sueño convirtió la vida en un festín de promesas.
Me
gustaría atrapar un sexto sentido para buscar lo que nadie
encuentra,
el
aire que susurra sin voz,
la
danza del verbo, su sombra, su rastro, su adiós,
el
latido que no sabe esperar,
los
caminos de sueños inciertos,
el
viento que no sabe callar,
los
cuchicheos sin tiempo ni cuento,
la
bruma que nadie toca
y
descubrir los mil sentidos que el alma ha de buscar.
Me
gustaría tanto y tanto que me gustaría.