En
el susurro de un viento helado
las
flores cierran los ojos
al
silencio pesado
como
el yugo de una sombra.
Sus
pétalos ya no respiran,
se
asfixian en el polvo del olvido
y
el aire, espeso,
se
vuelve grito seco de zozobra.
Bajo
cielos de acero,
las
raíces se ahogan en su propia sed,
el
sol se convierte en una lanza fría
que
quema sin tocar ningún amanecer.
La
tierra, gris como la Luna sin sueños
muerde
con los labios de la sal,
esquilando
las pieles de la tierra
como
estrellas atrapadas en la penumbra.
Las
flores ya no saben de la lluvia,
ni
los colores que danzan en los días verdes;
se
disuelven, se disipan
y
sus fragancias se desvanecen en el umbral.
El
jardín llora con sus hojas quebradas,
y
el viento, que alguna vez fue aliento,
ahora
solo es una mano vacía
que
arrastra la memoria a su meta final.
Ya
no alcanzo a los deseos
de
un mundo que ya no es,
se
fueron mas allá de lo que llego
y
de lo que nunca mas llegaré.
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