Vino en mañana llorosa
y todo se quedó quieto,
inmóvil, inerte, muerto.
Su camino se hizo incierto
con pasos diferentes.
Llegó con alma errada
de instintos gélidos
entre sus grises dientes.
Apocado de oídos,
tan sordos
como los aullidos ciegos,
tan irredento
como las caricias secas
y tan insensible
como la piel del hielo.
Se acercó allí
para volverse allá,
donde tiene su mitad
presa de raíces
que amarran su libertad.
Retornó una soleada mañana
el vagabundo sin nombre
para volver a empezar.
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